PUERTO PRÍNCIPE. Pequeños cuerpos de niños yacían apilados al lado de las ruinas de su escuela derrumbada. Sobrevivientes pululaban por las calles con sus rostros asombrados cubiertos de polvo blanco y heridas sangrantes. Doctores frenéticos vendaban cabezas y cosían heridas en el estacionamiento de un hotel.
El país más pobre del hemisferio occidental era una imagen de devastación conmovedora ayer, un día después de un terremoto de magnitud 7.
El temblor dejó edificios colapsados, desde hospitales, escuelas, iglesias y casas destartaladas hasta el reluciente palacio presidencial, y de los escombros se desprendía una nube de polvo blanco que envolvía la capital entera.
Las ambulancias serpenteaban entre la muchedumbre, evadiendo a timonazos los cuerpos abandonados en las calles y a hombres que cargaban improvisadas camillas con algún herido.
Las ambulancias serpenteaban entre la muchedumbre, evadiendo a timonazos los cuerpos abandonados en las calles y a hombres que cargaban improvisadas camillas con algún herido.
Los sobrevivientes deambulaban aturdidos, algunos gimiendo los nombres de algún ser querido, rezando o pidiendo ayuda. Otros, con heridas que rápidamente se infectaban, se sentaban a la orilla de los caminos y esperaban un doctor, sin la certeza de que alguno llegaría.
Helicópteros de rescate zumbaban encima de cuerpos semidesnudos, que yacían sobre montañas de escombros y metales retorcidos.
Fuente: Diario Libre